23 ago 2006

El Jardinero Fox

Excelente comentario de Raymundo Riva Palacio

Por más apologistas en su entorno, difícilmente será recordado como un estadista, y sí como un hombre que consumó el desgobierno.

Vicente Fox será seguramente recordado como un Presidente mediocre, incompetente, ignorante, dopado muchas veces con antidepresivos y manejado por una mujer tan ambiciosa y dominante que cuando se volvió un riesgo para el Estado por su intromisión en la vida pública desde su cargo de jefa de prensa de Los Pinos, no se le ocurrió algo mejor que casarse con ella. Fue una desgracia histórica que en el momento más delicado de la construcción democrática de México, quien estuviera a la mano para recibir el respaldo por el desprecio a la hegemonía priísta de 70 años fuera Fox. No estuvo a la altura, salvo como un gran jardinero de la política: todos los conflictos le crecieron.

Su miopía, impregnada por las buenas intenciones de las cuales también está pavimentado el camino al infierno, hizo resucitar al EZLN y, contraviniendo la Constitución, le otorgó un salvoconducto para que se fuera a pasear por el territorio nacional, haciendo caso omiso al cejo fruncido de los militares, que a diferencia de él, sí recordaban que le había declarado la guerra al Estado mexicano. Fox volteó hacia ellos para perseguirlos, por el negro episodio de la llamada guerra sucia, lo que lo llevaría a una situación particular con las Fuerzas Armadas, que lo siguen respetando como institución, pero que no parecen otorgarle el mismo trato como político.

Fox violó la Constitución permitiendo el libre paso a un grupo armado, sin resolver jamás el conflicto en Chiapas que ofreció componer. En cambio, en su jardín proliferaron municipios autónomos zapatistas, donde la gobernabilidad -seguridad y cobro de impuestos, por ejemplo- estaba en manos de un grupo armado. Un puñado de macheteros en San Salvador Atenco, cuyos problemas de expropiación de tierras para construir un nuevo aeropuerto jamás encontraron la salida, crecieron a miles de puños que le echaron para abajo su principal obra sexenal y dieron nacimiento a otro foco de ingobernabilidad a 32 kilómetros del corazón político nacional, donde convergieron los zapatistas con varios de los grupos extremistas más beligerantes hoy en día.

Es exactamente lo mismo que ha sucedido en Oaxaca. Un conflicto magisterial -donde la solución era federal, no estatal-, combinado con la prepotencia del gobernador Ulises Ruiz y la inacción del gobierno de Fox, ha convertido su capital en zona de subversión abierta. Grupos guerrilleros y radicales, junto con maestros y organizaciones sociales y políticas, tomaron la capital y hacen lo que desean ante las miradas de las autoridades que se siguen echando en cara sus responsabilidades. Tomada la capital desde hace semanas, Fox sigue en su fase autista. Mientras Oaxaca capital se incendiaba el lunes, con estaciones de radio tomadas, con disparos y fuego, amenazas y secuestros, Fox lucía muy presidencial homenajeando a Chespirito, su cómico de cabecera, reconociendo que él siempre se va a la cama temprano. Nada le altera el sueño a un Presidente de ornato cuando de gobernar se trata. A los rebeldes en Oaxaca se les podía aplicar la ley y fincarles responsabilidades por sedición y motín, cuando menos. ¿Pero quién es el guapo que aplicará la ley?

Nadie, por supuesto, en esta combinación perniciosa de la dialéctica. A principios de sexenio encuestas de la Presidencia mostraban que el 80% de los mexicanos se oponían al uso de la fuerza por parte del gobierno bajo cualquier circunstancia, demostrando que la cultura mexicana sobre el uso legítimo del gobierno para emplear la fuerza, estaba muy lejos del horizonte. En la actualidad, 60% sigue pensando lo mismo, lo que sigue mostrando que una acción de fuerza por parte de la autoridad siga demasiado lejos de la legitimidad y muy cerca de la acusación de represión. Se necesita quizás una nueva generación de mexicanos para que esa correlación se modifique, pero, sobre todo, falta un gobierno que contribuya a ello. El de Fox ha sido lo contrario.

Fox siempre se ha mantenido en la confusión del ignorante. Presidencia no es igual a autoritarismo, como ha dicho, como tampoco la exigencia de que gobierne con orden es una añoranza de tiempos pasados. Autoritarismo es el manejo discrecional de la ley, como en el caso del EZLN, o la no aplicación, como en el caso de la insurrección en Atenco. Autoritarismo es dedicar los recursos del Estado para castigar a un opositor incómodo, como fue Andrés Manuel López Obrador cuando quería destituirlo como jefe de Gobierno del Distrito Federal y llevarlo a la cárcel por desacato a la ley. O también, en episodios no vistos en los regímenes burocráticos-autoritarios del PRI, aprobar gabinetes metalegales para que su esposa Marta Sahagún pudiera diseñar su propia política social, teniendo como siervos a los secretarios de Estado del ramo. Fox fue muchas veces desplazado -por voluntad propia- por ella, quien se encargaba de gobernar, sabiendo políticos y empresarios que era la señora, no el Presidente, quien decidía y concretaba las cosas. Pero ella no es nadie, en términos legales, con lo cual su acción directa en los asuntos de la nación es absolutamente ilegal e ilegítima.

Fox nunca fue material presidenciable. Se han cansado sus cercanos de asegurar que es diferente, coloquial y hasta rudimentario, pero un buen tipo, lleno de buenas intenciones. Que no es tan retrógrada, como algunos piensan, sino profundamente tolerante y demócrata, que no es tonto sino listo, que no es miope sino con visión de largo alcance. Que habla mucho, sí, pero que eso es refrescante en la Presidencia del cambio. Ésta, definitivamente, sí ha sido distinta. Un Presidente sin ambición de poder -cómo le hizo falta leer a Michel Rocard-, depresivo durante la mayor parte del sexenio, con un mundo diferente al real, se volvió dependiente de la señora Sahagún, y la defendió a ella y a su familia hasta la ignominia, jurando sobre su Biblia que sus hijos políticos no son lo corruptos que muchos perciben, y que ni ellos ni su madre chantajearon a nadie, sino que son producto de una cultura del esfuerzo. Paradojas del México actual, sigue manteniendo altos índices de popularidad, deslindándolo por completo la gente de que, además de buen tipo, tendría que haber sido un gobernante eficiente.

Oaxaca es la última expresión de su incompetencia, de la incapacidad de su gobierno en el difícil arte de la política y de la construcción de acuerdos. Las semillas que sembró el jardinero Fox dejaron rencor y encono. El país no se ha caído en pedazos porque en realidad no lo gobierna. El Presidente que debería haber sido de todos los mexicanos, no lo fue. Destinado para construir, demolió. Él, quien debía haber creado las condiciones para que el fin de su sexenio fuera un refrendo de la democracia, cimentó las necesarias para derruirlas. Afortunadamente ya se va. Y pese a él, es difícil que en los 99 días restantes termine con la nación.

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